Vincent van Gogh tenía en tan alta estima su pintura del dormitorio que hizo tres versiones distintas: la primera, ahora en la colección del Museo Van Gogh en Ámsterdam; la segunda, perteneciente al Instituto de Arte de Chicago, pintada un año después con las mismas dimensiones y casi idéntica; y una tercera, de menor tamaño, en la colección del Museo de Orsay en París, que hizo como regalo para su madre y hermana. Van Gogh concibió el primer “Dormitorio” en octubre de 1888, un mes después de mudarse a su “Casa Amarilla” en Arlés, Francia. Este momento marcó la primera vez que el artista tenía un hogar propio, y de inmediato se dedicó con entusiasmo a decorar, pintando una serie de lienzos para llenar las paredes. Completamente exhausto por el esfuerzo, pasó dos días y medio en cama y luego se inspiró para crear una pintura de su dormitorio. Como escribió a su hermano Theo: “Me divirtió enormemente pintar este interior desnudo. Con una simplicidad a lo Seurat. En tonos planos, pero aplicados de manera tosca en grueso impasto, las paredes de lila claro, el suelo en rojo quebrado y desvaído, las sillas y la cama en amarillo cromo, las almohadas y las sábanas en verde limón muy pálido, el cubrecama en rojo sangre, el tocador en naranja, la palangana en azul, la ventana en verde. Quise expresar una completa tranquilidad con todos estos tonos tan diferentes”. Aunque la imagen simbolizaba relajación y paz para el artista, a nuestros ojos el lienzo parece rebosar de energía nerviosa, inestabilidad y turbulencia, un efecto acentuado por la perspectiva fuertemente recesiva.