MONO NO AWARE

Mono No Aware es la sensibilidad hacia la naturaleza efímera de todas las cosas. Es la belleza de lo pasajero, el reconocimiento de lo transitorio y la emoción de comprender que todo cambia, incluyéndonos. A través de la fotografía, los artistas capturan este sentimiento, transformando lo fugaz en algo eterno. En cada reflejo, en cada…

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Por Esmeralda Avellaneda

Mono no aware es un término japonés que refiere, en su sentido más literal, al “sentir de las cosas”. Muchas veces se traduce como empatía o sensibilidad. Refiere tanto a que las cosas tienen un sentir, como a una forma de sentir las cosas. Según Motoori Noringa, un intelectual del período Edo, es una manera de relacionarse con el mundo que precede a todo entendimiento, hábito o concepto.

La condición fundamental para el Mono No Aware es la impermanencia. Todo lo que existe es temporal, y esta condición efímera nos atraviesa de forma tal que reconocemos en simultáneo la belleza que nos rodea y su inevitable desaparición que ya está en proceso. Reconocemos en el carácter efímero de las cosas, nuestro propio carácter efímero.

Es por eso que tradicionalmente está asociado a la tristeza y la melancolía, pero hay todo un espectro más ambivalente y contemplativo denominado Mono No Aware suave. Este se refleja en, por ejemplo:

  • Observar la delicadeza de las flores
  • Notar las fases cambiantes de la luna
  • Notar el paso de las estaciones del año
  • Experimentar la ausencia

Yoshida Kenkō, monje japonés y de los autores más estudiados de la literatura japonesa medieval, escribió “Tsurezuregusa” o Pensamientos al Vuelo (este link tiene un extracto del libro), lo resume así: “Si nunca desaparecieran las gotas de rocío en Adashino, si se mantuviera siempre inmóvil el humo sobre la colina del [cementario] Toribe, y viviésemos eternamente, sin cambio ni transformación, ¿nos conmovería el frágil y delicado encanto de las cosas?”

Ahora, si bien podemos comprender qué es el Mono No Aware, no es tan fácil predecir un chispazo intuitivo de sentir compartido. No tiene una fórmula. En su libro “La Carne Viva”, Pablo Maurette reflexiona: “si la ciencia explica el cómo y especula sobre el para qué del llanto, el por qué y cuándo esquivan con tenacidad su brazo titánico”

El Mono No Aware es a la vez un refugio y una aceptación de la realidad. Los refugios son valiosos porque no son tan fáciles de encontrar. O porque ante una abrumadora realidad donde todo rápidamente y de a poco deja de ser, tener un momento de entendimiento donde no estamos solos es un alivio. La sensación de Mono No Awate culmina no en la realización de la obra, sino en su comprensión por un otro que alivie ese sentir.

La fotografía es un ojo que mira el mundo, encuentra una perspectiva, una contemplación afinada producto de horas de observar las cosas, y llega hasta nosotros para recomponer esos trazos que encontró, perdió y lamenta. Sus autores buscan ese “sentir de las cosas” y ponen en común con el mundo ese sentir.

Son estímulos complejos, cargados simbólicamente. No sorprende por eso, que el Mono No Aware esté precisamente en lo pequeño, o lo difuso. La fotografía de Sol Doura, por ejemplo, nos pierde en sus tramas. No nos muestra un paisaje completo, sino las texturas que provoca en sus huecos y superficies.

La foto nos muestra el ruido del agua que provoca el cauce al convertirla en espuma. O la tranquilidad de un arroyo tan bajito que el sonido es imperceptible y tan amarillo que nos da una sensación de calor, a diferencia del cauce que es una sombra entre piedras.

Ni hablar que no es casualidad la presencia del agua como Leit Motif. El río que nunca corre dos veces nos aferra, nos brinda un hombro sobre el que llorar y nos lleva con él a un calmo naufragio al que nos podemos entregar. El agua es la emoción en el tarot, es aquello que limpia, libera, renueva y santifica en la Biblia, es una metáfora de cambio y también la que brinda sensibilidad a los signos del zodíaco.

Es lógico, que Rocío Vila y Patricio Ceriani hallen consuelo en paisajes que no terminan de delinearse. En reflejos que les devuelve la realidad de algo que a la vez están y no están viendo. Lo efímero se vuelve tan contundente que siquiera puede sostenerse en la superficie. Aquello que les da paz: el musgo, el torrente, los árboles bajo un cielo azul, se perciben a través de un velo que los lamenta y celebra.

Artistas como Lucas del Palomar o Iara Nicoletta, en cambio, se dejan atravesar por paisajes apaisados. Pero ambos se refugian tras un blur, un efecto que deja que nos llegue el viento (como se titula la obra de Palomar) o nos aplaste el calor del Veranillo de San Juan.

Eso que el ojo rescata en cada fragmento que percibe la cámara, que después nos deja parados sin poder movernos del lugar en frente de una pared o tildados mirando desde algún rincón, es la sensación de estar perdidos en un refugio compartido. En cada fotografía que volcamos en un espacio propio, encontramos un poco de Mono No Aware. Un fenómeno difícil de explicar, pero inmediato a la hora de reconocer y asimilar.